Las gafas de Elena


Elena. Estas son las gafas de Elena. Elena cumplió cincuenta años hace unos años. Usa gafas de toda la vida. son muchos años de estudio, de trabajo frente al ordenador y todo eso pasa factura.

Te has podido cruzar con Elena en el metro, en la calle, quizás un domingo de restaurante habéis pedido el mismo postre, apenas separados por unas mesas. Y tú sin saberlo, te has perdido a Elena. Elena parece como nosotros, pero no lo es. Dos peculiaridades le delatan: la sonrisa y los andares. Y bueno, luego está lo de las gafas, las gafas, no sé como no os dáis cuenta. ¡Las gafas lo están gritando!

Elena, que hace unos años que cumplió cincuenta años, tiene un rostro serio y una mirada concentrada e intensa. Lo que pasa es que la sonrisa le delata. En cuanto sonríe ¡zas!, todo cambia, se le pone una cara de niña ....pero de niña mala. De niña que inventa juegos, bromas, mejunjes, travesuras y potingues....¿entendéis?.  También están esos andares, como de ratón ocupado escondiendo semillas, de ardilla guardando nueces, de mago hiperactivo. Pero lo importante son las gafas. Justo debajo de la montura de la lente izquierda, escondida entre la ceja, perfectamente camuflada, Elena tiene una cicatriz. A mí que no se me escapa una, le pregunté enseguida:

- Elena, ¿y esa cicatriz?

- Pues no lo recuerdo, dice mi madre que cuando tenía dos años, me caí y me dí con un bordillo.

Elena me mira, sonríe como una niña que esconce un secreto, y yo que también soy niña de secretos capto al instante el suyo:

Hace muchos años, años antes de que hiciera años de que Elena cumpliera cincuenta años, Elena tenía dos años y otra vida. Era Agosto, como ahora y en casa ya habían comenzado los preparativos para que Elena fuera a prescolar. Había mucho nerviosismo en el hogar familiar. Apenas quince días para el comienzo de las clases y aún faltaban los libros y el uniforme. Y es que aún no se sabía a qué colegio iría Elena. Sus padres habían apostado por la educación en el extranjero, un colegio interno en otro país donde Elena podría desarrollar su potencial. El colegio tenía unas extrictas pruebas de acceso y a quince días de la matriculación los padres de Elena no las tenían todas consigo. Cierto que la niña era capaz de abrir el grifo del agua fría apenas con un toque de lápiz Faber- Castell, pero no así el grifo del agua caliente, lo cual era muy desconcertante. Cierto también que Elenita les había adivinado la lotería (no olvidemos que apenas tenía dos años) pero nunca pasó de la pedrea (si bien es cierto que fue tantas y tan seguidas que sumando y sumando pedreas se pudo alicatar la cocina del pueblo). Y no es menos cierto que aunque Elena se comunicaba divinamente (cuando digo divinamente me refiero a verbalmente, frases con su sujeto y su predicado e incluso oraciones subordinadas y hasta frases pasivo-reflejas) con lagartos, serpientes, la vecina del séptimo y otros animales de sangre fría, aunque todo eso ocurría, el viejo lhasa apso  de su abuela no la podía ver ni en pintura y se le tiraba a los tobillos a la primera de cambio.

Es precisamente en la casa del pueblo, con la abuela, donde las habilidades de Elena más se despiporran y es por eso que sus padres han decidido terminar de preparar allí las pruebas de acceso al interndo extranjero. Por eso y porque es más discreto.  Son quince días de auténtica montaña rusa. Elena sólo puede abrir el grifo del agua caliente al modo tradicional, y sin embargo un día que estornudó saltaron los plomos. Las puertas y ventanas también se le resisten y sin embargo si sopla a la tele es capaz de cambiar de canal (con ésto se vició un poco y pasó dos días hiperventilando). El colmo ya fue un ataque de hipo que le dió un jueves por la mañana, con cada ¡hip! se subía o bajaba una persiana. Es la abuela de Elena, la que un poco harta de la situación, (dese que ha llegado la niña, las gallinas no han puesto ni un huevo) decide tomar cartas en el asunto: "hay que hacerle a la Elenita la prueba definitiva". A modo de caballito, la sube en la escoba de barrer el patio. "Vete a buscar al abuelo al corral y dile que venga, que es la hora de comer". Elenita despega sin problemas, llega hasta el corral (un vuelo corto de apenas quinientos metros, pero limpio y sin sobresaltos) y aterriza a los pies de su abuelo sin levantar ni una mota de polvo. El abuelo recibe el recado sin inmutarse: "Dile a tu abuela que no de el coñazo que tengo reló". Elena despega sonriente, mensaje memorizado, de vuelta a casa. Otro vuelo breve y perfecto, sólo que esta vez en el aterrizaje surgen problemas: cuando está apunto de posarse, Bizco, el maldito lhasa apso, le tira una tarascada al tobillo, y es ahí cuando apenas a medio metro del suelo, Elena pierde el equilibrio, cae de boca y se deja media ceja en el bordillo de la acera. Y también pierde el conocimiento, y hay sangre, mucha sangre. Elena despierta dos horas después en la cama del hospital, su madre a los pies de la cama. Elena se encuentra perfectamente, no ha perdido el apetito y mientras se come las natillas que le trae un enfermero, parpadea dos veces y enciende la tele. Su madre le reprocha con la mirada. Esa misma mirada se repetirá cuando Elena dibuje, sin tocar el lápiz de colores, o cuando cambie la hora del despertador de la mesilla del abuelo sólo con girar el dedo, o cuando adivine por última vez la pedrea de la lotería. Cuando vuelve a la casa del pueblo, ya no hay escoba. Bizco se acerca tímido a saludarla y aunque Elena no es rencorosa, desde entonces sólo tendrá gatos.

Elena comienza Septiembre en un colegio como los otros niños, y como los otros niños finge ser normal y al final lo acaba siendo. Y se olvida de la escoba, y de que voló, y de que al suspirar cambiaba los canales de la tele.

Hoy, al salir de la oficina Elena llega a casa, se quita las gafas y rasca la cicatriz oculta bajo la ceja. Pone los pies en alto mientras se toma una cerveza fresquita. El gato Elliot se sienta en su regazo, maulla. Elena suspira, la tele se enciende. En la 2, un documental sobre grandes felinos.




Comentarios

  1. Eres una bruja maravillosa, sabia y divertida. Gracias a que aparcamos la escoba en el mismo sitio he tenido la inmensa suerte de poder realizar algún que otro hechizo contigo. Solo deseo que compartamos muchos vuelos y que el silencio nunca se interponga entre nosotras.

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  2. ¡Me encanta! ¿Qué hacen mis estanterías que no están llenas de tus libros?

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